La carta está manchada de agua salada.
Primero perdimos de vista a Santiago. Tememos que ahora se halle en el fondo del océano, pero no vimos ni rastro de sus luces en las grandes olas que azotaban nuestro barco. Sea lo que sea que haya sucedido con Santiago y con San Cristóbal, solo Dios sabe qué les espera; nosotros estamos luchando por nuestras propias vidas, y es posible que no sobrevivamos esta misma noche.
Sin embargo, durante la tormenta, escuché risas que provenían de debajo de la cubierta. Era el hereje quien se reía, pero no sé de qué. Ha conducido a Isabella a este infierno, y fuimos lo suficientemente tontos como para seguirlos.
– F.