Esta carta está descolorida por el tiempo
Los hombres están cada vez más impacientes y, por mucho que piense en huir, trato de restaurar un poco el orden. Creo que, cuando me vaya, la “capitana” Isabella no podrá subyugar a estos hombres como lo ha hecho con su mugroso prisionero.
Hoy ocurrió un episodio desagradable con él. Al despertar, me encontré con que Álvaro y los demás hombres habían hecho una broma con las cuerdas de cáñamo que había estado tejiendo el hereje... Resulta que le ataron una cuerda alrededor de las muñecas y lo llevaban de aquí para allá, como si tuviera una correa. Incluso el hereje se reía de la payasada, y parecía bastante complacido con la atención recibida. Sin embargo, los hombres parecían estar yendo demasiado lejos al llevar al hereje de aquí para allá, así que les ordené que se detuvieran.
Cuando le retiraron la cuerda, el hereje de repente se dirigió a Álvaro. "Ahora es tu turno". Álvaro se echó a reír y lo empujó. El hereje insistió, y Álvaro lo golpeó y dijo que no haría tal cosa. El hereje se mostró confundido ante esta respuesta y dijo con un tono extraño: "No serás tú quien lo decida".
Ante estas palabras, Álvaro se enfureció y pateó los recipientes con el agua y la comida del hereje, que fueron a parar al fango, fuera de su alcance, ya que estaba atado a un árbol. Lo reprendí, pero quizás no con el ímpetu que hubiera correspondido. En cuanto al hereje, pensé en quemar las cuerdas que había elaborado, pero no pude hacerlo... Tan solo pensar en tocarlas de repente me pareció algo aberrante.
R. Velázquez