Día 15
Cuando despertó, estaba encadenada en una estrecha caja de madera. Gritó y lloró, gimió y suplicó. ”¡Padre, soy yo, tu Emilia! ¡Te prometo que no le diré a nadie lo que he aprendido! ¡No me dejes morir en la oscuridad! ¿No me quieres?”.
No mostré ni un ápice de emoción, o eso creí…, hasta que sentí lágrimas cálidas por mis mejillas. Para apresurar su fin, le dije que había acabado con su amante y que ahora era uno de los perdidos. Gritó, luchando contra las cadenas, y cerré la caja con clavos. Los otros se agacharon a ayudar, pero les empujé y bajé su ataúd hacia la tierra recién cavada. La carga solitaria de un padre.
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