¡No podemos perder la esperanza!
Ya hemos perdido demasiado. Pero me temo que debemos seguir. Las consecuencias de la derrota son inconcebibles. Un buen general antepone las necesidades de sus soldados. Y cuando llega la hora de tomar decisiones difíciles, a veces debe sacrificar el bienestar de aquellos que protege para conseguir una victoria mayor. Tal vez sea mi propio orgullo el que me lleva, pues sigo poniendo nuestras almas en riesgo con esta campaña.
El miedo se apodera de mí. Siento su frío agarre en mi corazón. Todo este tiempo, mientras mis aliados y rivales se desvanecían sin poder hacer patente su voluntad de vivir, yo seguí aferrándome a este plano con la sensación de que estaba conservando algo de importancia. Era una última y tonta esperanza ante la multitud de extraños y eternos poderes que enfrentábamos.
Solo el tiempo dirá si fracasé o no. Pero comienzo a sospechar que ya no estaré aquí cuando esa pregunta tenga respuesta. Pues ya me he desgastado y la duda empieza a correr por toda mi mente. Y si bien la llegada de nuestro héroe avivó mis esperanzas, también me brindó el anhelo de terminar esta travesía. Y ahora que el saber que poseía está en mejores manos, ya no tengo peso en mi existencia.
Me duelen los huesos y mi espíritu guerrero va menguando con el paso de las horas. Creo que solo me queda una guerra por luchar antes de poder irme a descansar. En Aeternum, una vida larga siempre tiene un precio. Y me temo que esta tierra siempre lo reclama. Ya sea de una u otra forma.