En Arcturus
La mirada del alabardero es fría y calculadora. Las cuencas en las que deberían estar los ojos atraviesan mi cuerpo y le infunden miedo a mi corazón. Desde aquí, evito su mirada, temblando dentro de mis botas mientras me preparo para atacar al guardián, que luce bien protegido.
Empuño mi hacha en mis manos vacilantes y hago una pausa para orar.
Que la Divina Providencia proteja mi alma.
-Kensington
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