En el obelisco destruido
Puedo sentir el peso de las últimas muertes con especial intensidad. Aún me duele el estómago en el lugar en el que lo atravesó la espada oxidada de uno de los guardianes ancestrales, y no hay cantidad de gotas de sanación que sea suficiente para calmar el dolor. Con cada resurrección, me vuelvo cada vez más débil, y menguo como la luna, hasta desaparecer por completo. Por ahora debo detener mi investigación y buscar a alguien que pueda aventurarse en mi nombre y en nombre de la ciencia astronómica. Esperaré en el asentamiento hasta que llegue alguien que piense como yo y que pueda continuar con mi trabajo de campo.
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