En la Pescadería del lago en la pradera
El cadáver hinchado de una aventurera ha acabado hoy entre mis redes. La pobre muchacha no estaba ni muerta ni viva. Se había convertido en una marchitada y había perdido un brazo (literalmente) y la cabeza (metafóricamente). Morrison tuvo que usar su lanza de pesca para atravesarle el cráneo y poner fin a su sufrimiento. Es raro, porque los marchitados no suelen acabar por aquí. El instinto me dice que no será la última marchitada que veamos por aquí y que, cuantas más almas acaben en la isla, más se convertirán en cáscaras vacías, fétidas y descerebradas.