¡Mi reino por las pócimas de una alcahueta que curen este estornudar demoníaco!
Aun así, resulta imposible mantener un semblante adusto en este fascinante vergel. He podido hacerme con un nuevo tintero y algunas plumas.
Si lo pienso, la alfabetización y la cantidad de palabras escritas en esta isla son sorprendentes. Aunque supongo que tiene lógica. Si algo nos sobra es tiempo, ¿por qué no aprender el arte de las letras? En un sistema cerrado como este, la alfabetización se difunde rápidamente. El lenguaje, propagándose como un patógeno... uno delicioso, visto así.
Cuando llegué a este pueblo vi un lugar idóneo para aclararme la garganta del polvo del camino. Mi carácter manso hizo que me pusiera a silbar una tonada. Al instante, un hombre grande como un roble retorcido se me acercó y me dijo: "Disfruta del trago, extraño, pero mejor que no silbes, cantes ni bailes".
Al principio, me dio la impresión de que era víctima de alguna chanza provinciana. ¡Qué irremediablemente calvinista! Sin embargo, ante la gravedad de su continencia y la inmensidad de sus arbóreos nudillos, me pareció de buena urbanidad asentir. Todo el mundo en la sala parecía de buen humor, pero no había música ni canto alguno. La conversación se reducía a un quieto murmullo.
-Ichabod Shaw