Empezó siendo un cambio en el aire. Un murmullo entre los árboles. Un susurro crepitante de los cultivos conspirando en la noche. La música del verde.
Los belicosos notaron este cambio, invisible pero notorio. La paz y la alegría arraigaron en sus corazones y expulsaron toda agresión. La facción en guerra se reunió y se deleitó. Bebieron, comieron, cantaron.
Y bailaron. Bailaron día y noche. Rieron y bailaron, los pies cubiertos de sangre. Bailaron hasta un delirio extático, hasta ver el rostro de Dios.
Entonces, reconocieron la presencia de la Reina Esmeralda. ¡El Espíritu Verdeante! ¡La Música que Devora! Había venido, no como una ladrona en la noche, sino abigarrada de gloria en la noche.
Uno por uno, los danzantes sucumbieron. Y después, sus cadáveres bailaron un poco más. Bailaron hasta que sus almas expiraron, como estrellas devoradas por gusanos, hasta que no pudieron volver más a la vida.
Cuando el último juerguista se acabó pudriendo, la Reina Esmeralda celebró su corte. Sigue celebrándola.