Me dirijo a los confines del oeste de Windsward para realizar un estudio sobre lo que los lugareños llaman “el búfalo”. Aunque, por su descripción, sospecho que se trata de una especie de bisonte. Cuando llegue, me aseguraré de corregir esta idea equivocada. No obstante, más curioso que su nombre es su presencia en esta isla.
Madre dice que los búfalos no son un gran sujeto de estudio para una historiadora. Como siempre, no aprecia las peculiaridades de mi arte. La presencia de estas criaturas es una de las anomalía más extrañas que he descubierto.
Si de verdad son bisontes, no son nativos del viejo mundo; y tampoco son animales lecheros o bestias de carga. Lo que es más: son enormes, irascibles y su temperamento les hace poco apropiados para largos viajes por el mar. Y, dado que es poco probable que nadaran desde el muro de tormenta para llegar hasta aquí, apenas puedo imaginar qué pobre alma consiguió transportarlos.