La mano que alimenta
Molly sigue siendo despiadadamente agresiva conmigo.
Le llevo carne cruda a la hora de la comida y eso parece apaciguar un poco su ira, pero no su desconfianza. Saca los trozos del tazón de madera que le hice y prefiere comerlos en la esquina del recinto amurallado. Desde este punto de observación, puede vigilarme constantemente, con sus ojos siempre rojos, siempre recelosos.
La motivación con comida tiene sus límites y, a largo plazo, no vale la pena correr el peligro de alimentarla de mi propia mano.
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