He servido a la emperatriz desde que ella era tan solo una niña que se escondía tras las faldas de su madre y jugaba con sus muñequitos de dragones. Lo he hecho por lealtad y con alegría, en reconocimiento al linaje de su majestad y a la sabiduría de su joven corazón.
Pero la vida ha sido dura con aquella niñita sabia. Solo ruego que ella posea la constitución que se necesitará para enfrentar una eternidad de desafíos. Que continúe siendo sabia y moderada con los años, a pesar de todos los retos del liderazgo. El tiempo nunca cederá, y ella deberá resistir sus infinitas corrientes para ser la esperanza de nuestro pueblo.
Luego de años en Aeternum, tal vez nunca regresemos a casa. Pero no pierdo la esperanza. Aún tengo fe en mi emperatriz.
– ZL