Hoy he sido testigo de algo verdaderamente atroz.
Un peticionario se presentó ante la emperatriz en la playa con su palanquín improvisado y se dedicó a difamar estas tierras de Aeternum. Afirmó que serían nuestra perdición. No pude más que asentir, porque yo también siento el ambiente fúnebre que reina en este lugar.
Sus guardias y ayudantes saltaron a la acción al ver su insolencia, pero nuestra soberana les ordenó detenerse. Luego, bajó de su trono y lo ayudó a levantarse mientras le murmuraba en un tono reconfortante. No sé lo que le dijo, pero sus palabras parecían reafirmar sus convicciones. Se marchó con la lealtad renovada hacia ella.
La escena me avergonzó profundamente. Tengo suerte de que la emperatriz no haya presenciado mi momento de debilidad. Aunque hayamos naufragado en esta tierra extraña y desamparada, estamos mejor aquí, con la dirección de nuestra amada señora, que bajo el yugo del usurpador. Puesto que incluso el hogar más cálido puede volverse tan frío y desolador como el océano mismo bajo la intriga de los tiranos.
– Jing