Hoy la emperatriz vino a inspeccionar el término de la construcción. Pero no la acompañaba el séquito de siempre. Esta vez, la acompañaban su dama de compañía y una figura delgada y encapuchada. En este hombre, pude percibir una oscuridad opresiva. Nunca se acercó a la luz, pero supe de inmediato que había algo siniestro debajo de la capucha.
Su majestad lo llevó hacia la entrada con una dulzura maternal y vio cómo se apresuraba hacia la oscuridad que había dentro. Entonces, su rostro se ensombreció. Se acercó a mí, como recordándome mi lealtad. Le volví a asegurar que su secreto estaba a salvo y su expresión volvió a suavizarse. Me agradeció por mi trabajo y me acompañó a la salida del lugar.
No sé qué es lo que acabo de ver ni cuál sería el precio por cualquier muestra de traición. Pero me inunda el miedo. Miedo por mi gente, por mi emperatriz y por mí misma. Puesto que la responsabilidad de los secretos que se ocultan tras esos muros ahora también es mía. Solo me queda suplicar que haya hecho un buen trabajo.
– Long