Hoy recibiremos a una invitada especial. La emperatriz está hecha un manojo de nervios, algo muy impropio de ella. Su gracia habitual cohesiona nuestra corte, ya que su radiante ejemplo nos recuerda cómo debemos comportarnos.
A la visitante la llaman en susurros la Tempestad, y los demás sirvientes afirman que deja un letal rastro carmesí a su paso. Si su majestad llega a un acuerdo con ella, me temo que no soportaremos las consecuencias. Tan solo pensar en ello me llena de desesperación, pues todas las dificultades a las que nos hemos enfrentado desde que llegamos a estas costas la llenan de gran desánimo. Además, el destino de su pobre hijo lo empeora todo.
Pero no puedo decirlo. Cada vez está más distante y se ha alejado incluso de mí, a medida que la Tempestad se aproxima. Cada día trae consigo nuevas calamidades, y no puedo sino implorar que esta Tempestad no consuma aún más la mente de mi señora.
ZL