Hallado en la mesa de la gendarme en Primera Luz
Dieciocho de marzo.
Hace mucho que perdí la cuenta del tiempo que llevo en Aeternum, y más allá del vago recuerdo de haber tenido descendencia, ni siquiera me acuerdo de mi vida en el Viejo Mundo. No sé si lo que me ha borrado la memoria es el tiempo o la ingente cantidad de mentiras. Año tras año, se han ido acumulando, y ya no distingo lo verdadero de lo falso.
Al ver el lento marchitar de Aethelgard, tanto en cuerpo como en alma, me he visto obligada a fingir una sonrisa esperanzada, sin importar cómo me siento de verdad. Los santos saben que lo he intentado. Lo arriesgué todo por él, por escapar de esta isla en un intento desesperado, pero como todo en esta isla, terminó en decepción.
Por algún motivo, sigo recordando el olor de su piel cuando nació, pero en los años antes de su partida, el cuerpo de Aethelgard olía como el de un viejo enfermo. Llegó un momento en el que ni siquiera era capaz de acercarme a él. Nunca me lo perdonaré. Solo espero que, esté donde esté, haya encontrado algo de paz.