Es peor de lo que me temía...
Se lo llevaron. Se lo llevaron, y luego lo trajeron de regreso. ¡Pero ya no es el mismo de antes! Es... ¡uno de ellos!
La noche anterior, me comuniqué con los cautivos de mi alrededor, con la esperanza de obtener más detalles sobre lo que nos había sucedido. Quizás porque oyó el sonido de una voz conocida, Dario me respondió; emitió un grito de pánico que me resultó aterrador y a la vez familiar. Por un momento, la presencia de un conocido me dio esperanza, hasta que me percaté del estado en el que se encontraba. Tartamudeaba y jadeaba, y emitía una serie de frases prácticamente incoherentes. Lo poco que pude comprender de sus divagaciones trastornadas me heló hasta los huesos. Sin embargo, eso no fue nada en comparación con lo que presencié a continuación.
Quizás porque oyeron su rabieta, nuestros captores lo sacaron de la jaula en la que estaba, y él salió gritando y escupiendo, aterrorizado. Cuando desapareció en la penumbra, sus gritos pasaron de expresar miedo a expresar angustia. Luego, se hizo el silencio, y el silencio fue peor. ¡Empecé a golpear los barrotes de la jaula con las manos y a gritar en señal de rebeldía! Los prisioneros a mi alrededor advirtieron el exabrupto, y me dijeron que yo podría ser la próxima. ¡No me importó! Prefería cualquier otra cosa antes que languidecer ahí a la espera de un destino incierto.
Pero estaba equivocada... porque, desde las sombras, Dario regresó. Su carne y sus tendones habían sido reemplazados por troncos y ramas. Su cabello estaba conformado por hojas, y su piel era de corteza resquebrajada, como la de los demás. Y su rostro, esa parodia cruel y retorcida, estaba ausente, como ido. Ido y despiadado.
Esto es lo que significa morir en Aeternum. Morir de verdad. Enfrentar la aniquilación y convertirse en algo que uno no es. Este no debe ser mi destino. No debe serlo. Déjenme brillar e ir apagándome hasta convertirme en la nada misma, ¡pero esto no! No como un arma de tormento que se alza contra quienes alguna vez amé. ¡Por favor, Dios! ¡Esto no!
- Magistrada Gladis Bond