Los gritos son casi constantes ahora. Cada noche se llevan a más prisioneros, los arrastran hacia los horrores que les esperan en la oscuridad. A medida que suben de rango, parece que aumenta su apetito. La mayoría ya no se resiste, ya que hace tiempo que se resignaron a este final espeluznante. El sufrimiento y la agonía parecen casi pintorescos en comparación con nuestro aislamiento y pavor.
Pero no me quedaré callada. Juré proteger estas tierras, y me gustaría poder decir que mi sentido del deber me mantuvo con fuerzas. Sin embargo, mis motivos son mucho más simples ahora.
El odio.
Odio a Clara por lo que nos hizo, y a Dario por lo que le hicieron. Odio este lugar sucio y lleno de insectos y de ramas gruesas que te inmovilizan. Odio saber lo que me espera y ser consciente de que no soy capaz de evitarlo. Y me odio a mí misma, por permitir que me pase esto.
Por eso, cuando abran la puerta de esta jaula, voy a luchar. Golpearé sus rostros robados, despreciables, con la esperanza de destruir la efigie de mis amigos caídos. Desgarraré su corteza con mis dientes y mis uñas, con los rasguños y los gritos del animal agonizante en el que me he convertido. Haré que la tarea les resulte difícil y sucia. Tendrán que quitarme el aliento de mi cuerpo a la fuerza.
Y cuando todo termine, si aún queda algún resto de mi alma, canalizaré todo mi odio y desgarraré mi cuerpo nuevo y retorcido, miembro por miembro.
- Magistrada Gladis Bond