Mi señora me advirtió que habría un precio que pagar. Me dijo también que la humanidad había sido juzgada y que se había llegado a la conclusión de que estaba en falta. Para servir a los dioses de verdad, tendría que erradicar las trampas de la humanidad. Me aferré a mis creencias y accedí a su propuesta. Apenas si puedo creer el don que he recibido.
Pensaba que haber perdido mi forma natural sería una carga pesada para mí. Pensaba que contemplar mis colmillos relucientes u oír el sonido de mi cola me resultaría un fastidio y un tormento. Sin embargo, ahora admiro la perfección de lo que tenían planeado los dioses, y me gusta ver en qué me he convertido.
Cumpliré con mi deber y ayudaré a mi señora en su misión divina para hacer que estas tierras vuelvan a estar bajo el control de la naturaleza divina. Liberaré este lugar de la civilización humana y de todas sus trampas terrenales. En mi mente va tomando forma un plan: usaré la forma impía de nuestros predecesores caídos en favor de los intereses de mi señora.
Aprovecharé todas sus confabulaciones, estratagemas y ambiciones y las pondré al servicio de la Madre Tierra. La humanidad, cuyas disputas insignificantes y apetito insaciable alguna vez arrasaron con nuestras tierras, volverá a postrarse ante ella.