En Pantano del tejedor
Muchos años más tarde, conseguí reunir el coraje necesario y regresar a aquella montaña. Habían pasado quizás diez veranos. Quizás cien. Y, en todo ese tiempo, la montaña se había enfurecido.
Ahora lucía una corona de piedra que descansaba en el aire, encima de ella. Bajo su sombra trabajaban muchas más sombras que nunca, diligentes como hormigas sobre un cadáver. No alcancé a ver a qué poder servían; no me atreví a acercarme.
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