Vine por las razones equivocadas...
Vine a expiar mis pecados.
Les juré tanto al Altísimo como a mi familia que sería siempre una mujer honesta y fiel con mi marido. Y, con Dios como mi testigo, lo juré porque esa era mi intención. Eso quería con todo mi corazón. Pero juré sobre una mentira, ya que al llegar a las orillas de este impío lugar, mi vida se estiró en una interminable eternidad que me llevó a arrepentirme de mis votos de amor. Quizás haya quienes, con mayor santidad que yo, amaron con más fervor o juraron con mayor intensidad. Aquellos con votos de afecto que son capaces de resistir el eterno e incesante pasar del tiempo. Pero me temo que no soy así.
Cuando mancillé mi matrimonio, fue como si me aplastara el peso de mi pecado. Cual ancla, arrastraba mi corazón a profundidades que yo sentía verdaderamente interminables. Así que juré buscar el perdón. Vine aquí, a esta extraña tierra, en aras de reclamar las riquezas de las dríades y otorgárselas a mi esposo. Pensaba que, si veía mi grandísimo arrepentimiento, quizá lograría perdonarme.
Pero aquí, entre los imponentes peñascos y arboledas sin fin, no siento la carga del pecado. Aquí, las responsabilidades de mi vida pasada parecen solo un recuerdo lejano. Quizá deban convertirse justo en eso, un recuerdo. Y quizá deba permanecer aquí, como una criatura del presente.
– Yadira Ahmad