Un fragmento de una carta, con manchas de sal
Anoche volví a oír la voz del hereje en el camarote de Isabella. Estaban conversando. Entré corriendo, con el crucifijo en mano, pero no vi más que a Isabella. Mientras revisaba la habitación, ella me observaba, y sonrió cuando se me cayó el crucifijo. Dejé que me abrazara, y sentí que su cuerpo se estremecía con una risa silenciosa.
¿Acaso lo imaginé? ¿Estaba enloqueciendo? Sin duda, el diablo está en su derecho de engañarme. Solo un desquiciado podría pensar que un crucifijo de madera serviría para salvar el alma de Isabella. Solo un hipócrita podría amarla.
Tenía que abandonarla, pero no podía. Sin embargo, lo que descubrí esta noche me hizo cambiar de opinión.
- Dante