Terminé de enterrarlos esta mañana.
Olvidé decir adiós, pero no creo que lo haga. Ya no nos hablábamos en vida, no hay necesidad de hacerlo ahora que están muertos. Creo que querían irse de la isla, abandonar este lugar… abandonarme a mí… lo desearon tanto que la isla cumplió su deseo y los dejó dormir.
Después… regresé aquí, al taller, para dejar asentados mis pensamientos mientras estuviesen claros en mi mente.
Les fallé, lo reconozco. Pero no murieron en mis manos, y no les fallaré a otros. Ninguna otra familia perecerá por culpa de los corrompidos. Lo que buscamos en esta isla no se perderá con ellos.
Esta tragedia no ha hecho más que renovar mi propósito. Cada marchitado pasará por mi cuchillo, lo expondré a todas las fórmulas y veré cómo desaparece su enfermedad. Así, la isla encontrará la paz. Y yo encontraré la paz.
– M. H.
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