Crónica de la compañía de Merchand
Soy yo, Yorke, quien escribe esta crónica, simulando registrar los alardes nocturnos de Merchand para la "posteridad", pero sin tinta, pergamino ni paciencia suficientes para todas sus divagaciones. Por fortuna para mí, no puede leer estas crónicas, porque escribir la verdad sobre sus aventuras es uno de los pocos placeres que me brinda su compañía.
Es evidente que tanto él como sus compañeros se arrepienten de haber salido en busca del "árbol de azoth" (una misión sin sentido: ¿qué clase de árbol brota de la tierra de repente, y por qué alguien se arriesgaría a enfadar a un dios o diablo por él, especialmente al ver lo que el azoth ha provocado en otros lugares?). Al verlo, no se sintieron urgidos por la fama que sobrevendría de derribar el árbol, sino confusión sobre cómo desmontar y transportar el árbol. Además, las carretas que habían traído no eran suficientes para semejante árbol.
Por mi parte, no disfruto acampar aquí. Considero que la coincidencia de la noche de las linternas azules y la repentina aparición de este árbol es una clara advertencia, no otra proeza apta para la plebe, que finge que es "tarea digna de Hércules".
A medida que caía la noche, las linternas verdes de la carretera parecían brillar cada vez más, e incluso las que estaban más alejadas eran demasiado fuertes para los ojos. Escribo estas últimas líneas porque Merchand se ha ido a dormir, e inventaré palabras como "digno del mito" mañana… A menos que haya decidido romper el pergamino en un rapto de ira, como lo ha hecho en la mitad de nuestras expediciones cuando la fortuna no estuvo de su lado.
– "El gran Merchand" (es decir, el cronista Yorke)