Esta carta está descolorida por el tiempo.
…viajamos hasta allí en carruaje durante varios días, y no estaba enterado de la visita. Isabella visitó al hombre en su celda sola, y habló con él durante horas hasta que al fin regresó. Sus ojos brillaban y, en lugar de cargar con el tedio de los días, parecía vigorizada por una nueva energía.
Había visto esa mirada antes, y no me agradaba. Era la luz que brillaba en los ojos de sus hermanos, en los ojos de su padre. Le pregunté preocupado cómo había sido la conversación y dijo que el tesoro del hombre no era el azoth, sino el hombre mismo.
Él era la prueba viviente de que existía la fuente de la juventud, y de que podía otorgar vida eterna a quienes la encontraban. La isla del azoth no era una leyenda: era real.
Le pregunté qué podía ganar con esa información y, riendo suavemente, respondió: "El hombre dice que puede llevarnos hasta allí".
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