Hoy enterramos a Adriaen, su carne sucumbió primero a la extraña enfermedad debilitante que plaga la isla, luego a las llamas de la pira funeraria. No pude mantener la compostura y rompí en llanto, pero otros permanecieron en silencio.
Ya temíamos haberlo perdido hacía casi una temporada, algunos sostenían que creían haberlo visto entre los diabólicos soldados, pero no podían asegurarlo, y no querían acercarse demasiado por temor a ser capturados.
Aun así, cuando regresó, enfermizo y salvaje como un sabueso, atacando todo a su paso, se necesitaron tres hombres del pueblo para derribarlo con garrotes, y seguía aferrado a la vida. Lo rodeamos horrorizados, ninguno de nosotros sabía qué hacer, hasta que Marten ordenó quemarlo, para que la infección no se extendiera.
Kathrijn
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