Anoche vi a Adriaen. Mis ojos no me engañaron: estaba allí, en el lugar donde esparcí sus cenizas. Fue solo un instante y luego desapareció de mi vista. Aunque sabía que madre y padre se enojarían, tomé una antorcha y fui a comprobarlo: pero no había nada, solo una gruesa alfombra de flores, más densa que antes, tan densa que era imposible ver si había huellas en la tierra.
Perdí la noción del tiempo y cuando recuperé el sentido, estaba amaneciendo y yo seguía allí en mi ropa de dormir. Adriaen, estaré atenta y, la próxima vez, seré más veloz: si sigues allí, seré yo la que te atrape cuando deambules fuera de la aldea.
Tomé una flor y la puse en el alféizar para que recuerdes que sigo pensando en ti. A diferencia de la primera flor, esta flor se desprendió fácilmente de la tierra apenas la tomé, como si me reconociera.
Kathrijn
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