Los subestimamos: supusimos que los corrompidos eran astutos, sí, pero en el fondo, los consideramos inferiores a nosotros, apenas capaces de hablar y aferrados aún a las prendas de los colonos de antaño. Los vimos como meras cáscaras vacías, iguales a las que habíamos visto en el sur: los marchitados que liquidamos mientras recolectábamos lo que podíamos de la isla.
Esta arrogancia nos ha costado el surco.
Los corrompidos usaron el invierno en nuestra contra, como han hecho siempre, me doy cuenta ahora. No sienten las puñaladas del frío, eso no detiene su marcha. Y lo que es peor, el día que llegaron al gran puente, demostraron no solo ingenio, sino táctica: usaron una ráfaga invernal para ocultar su avance en los dos caminos que llevaban al puente. De esa forma, incluso si los guardias tenían tiempo de dar aviso, sus voces se perderían en la tormenta. Luego, los corrompidos se abalanzaron sobre los soldados que quedaban, pero no mataron a ninguno. En cambio, los inmovilizaron, los encadenaron y se los llevaron… ¿Adónde? Al norte quizás. De ser así, no se quedaron allí mucho tiempo, ya que volvieron durante la siguiente estación. Nos quedamos con la boca abierta cuando vimos a los hombres y las mujeres que habíamos perdido en el puente junto a los corrompidos.
– D. Prieto, ingeniero
Copyright © 2021-2024 nwdb.info