Del diario de Ignatius
Al despuntar el alba del día siguiente, los prisioneros volvieron a intentar disuadirme de mi propósito. Los barriles del aliento de hidra iban a enviarse pronto al frente para sus compatriotas en Nueva Córcega. "Por la gloria del Legado Craso y de la decimonovena legión, todo se considera justo y virtuoso", les dije.
Los barriles que contenían mi creación estaban dispuestos en filas, a tan solo unos pocos pies del orificio en el que encajaban. El tal Rahat me pidió compasión, implorándome que cejara en mi empeño. Me suplicó que escuchara las sabias palabras de los dioses si no quería que mi alma fuera arrancada de mi cuerpo y desterrada al Inframundo.
Otro prisionero me llamó canalla y me advirtió que la justicia de sus dioses sería rápida e implacable. ¡Me reí de todos ellos!
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