Uno de los exploradores de Rutherford regresó: fue uno de los que bebieron el brebaje de Brightlake, que le dio fortaleza al espíritu y atenuó los efectos del veneno de las tierras al norte del surco. Había sufrido, sí, pero regresó en su sano juicio, y —para nuestro asombro— sonriendo.
"No son lo que eran antes", dijo. "Siguen siendo como nosotros. He visto más allá de las fortificaciones: tienen granjas. Pueblos. Hasta una especie de iglesia, ¡en la cima de la montaña!".
Los hombres balbucearon sorprendidos, pero yo fui el primero en expresar mi enojo, aunque me mordí la lengua, porque quise darle al hombre un momento de paz para que disfrutase de su regreso, pero sus palabras me enfurecieron más allá de toda razón. Saldré a caminar para ordenar mis pensamientos. Este tonto explorador no conoce la verdad de lo que vio.
Si aún no hemos perdido esta guerra, el descubrimiento de la iglesia lo ha logrado, aunque los soldados no se den cuenta.
– L. G., capitán en funciones
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