Con el horror que experimenté cuando desperté esta mañana —nuestros hogares, tragados por las vides, y los rugidos de los osos por toda la aldea—, supe que la naturaleza había actuado de manera intencionada y no aprobó nuestra intromisión. Confieso mi cobardía: corrí, corrí hasta aquí, ni las cataratas pudieron ahogar los gritos del resto de los aldeanos a medida que las bestias caían sobre ellos.
Me temo que nadie vendrá en nuestra ayuda. Ya no abrigo la esperanza de que los muchachos Adler regresen: rezo por que hayan seguido corriendo y no hayan guiado a nadie más hasta este falso paraíso. Una muerte verde nos rodea y, si no mantenemos la cabeza fría, nosotros seremos la cosecha, y no al revés.
La luz se desvanece, y veo figuras enormes rodeando las endebles paredes de esta choza. Guardaré silencio, esperando que nada me alcance, pero sé que esta esperanza es una mentira.
– Ealderman Wincroft
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