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La consulta de Rutherford cayó en oídos sordos. Como era de esperarse, la compañía del tejedor, mejor dicho, sus representantes borrachos, no quisieron causar problemas con los corrompidos. "¿Qué se gana con contrariarlos? No nos hacen daño si los dejamos en paz".
"¿Han visto a algún hermano… hermana… madre, esposa, entre los corrompidos?" Preguntó Rutherford. Lo dijo con calma, pero su tono se agudizó cuando dijo "esposa". "Yo los he visto. Estoy seguro de que en Pantano del Tejedor los han visto, compatriotas que ahora caminan encorvados, con la piel marchita, y un brillo demoniaco en los ojos". Muchos de los representantes se quedaron en silencio ante estas palabras, pero uno se enfadó. "¿Y qué hay con eso? Fueron débiles: la poca fe que tenían, les falló".
"No", respondió Rutherford suavemente. "Ustedes les fallaron".