Mi oficio de trampero me ha llevado a recorrer cada rincón de Windsward, desde las salinas hasta la estepa apacible. He visto muchas cosas, pero jamás creí en la veracidad de las historias sobre el salvaje.
Todo comenzó con los gritos lastimosos de un oso que había caído en una trampa. Me estaba acercando sigilosamente a la bestia lastimera cuando lo vi. Un hombre de gran estatura y gran porte, con el cabello y la barba sin cortar, y con una mirada penetrante. Con los movimientos de un animal, impávido, se acercó al oso furibundo.
Abrió la trampa, acarició a la bestia, que se mostró agradecida, y la dejó ir.
Estoy curtido por los años, pero este hombre me inspiró miedo. Creo que escuchó el latido de mi corazón, pues su cabeza se giró en mi dirección antes de trepar por un árbol y alejarse por el enramado techo del bosque.
En cuanto a la trampa, estaba doblada y retorcida como si estuviera hecha del cobre más fino.