Esta noche, el salvaje se puso poético: recitó en versos un relato semejante a ninguno que jamás haya oído.
Me habló de grandes bosques de cedros. Me habló de una ciudad con un esplendor inigualable, y con un brillo semejante al del latón a la luz del sol. Me habló de un compañero, un hermano de guerra, un par. Me habló de batallas épicas, de viajes fantásticos y de la caza de un temible monstruo. Me habló de una tragedia y de muerte. Me habló de una antigua inundación y de la búsqueda de la inmortalidad por los confines de la Tierra.
Me habló de todo esto y más. Lo escuché con gran asombro.
Una vez que terminó de hablar, permanecimos una hora entera en silencio. Luego, se volvió a mí y me dijo: “Por supuesto que se modificaron algunos detalles cuando todo esto se grabó en piedra”.
Esas fueron sus palabras textuales. No “los escribieron en papel“, sino “los grabaron en la piedra“.
Nunca lo olvidaré.