Sentencia al alba

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Esta carta está descolorida por el tiempo

Al alba, nos dirigimos hacia el lugar donde habíamos dejado a los nueve hombres. Habían sobrevivido la noche; casi no habían dormido, pero habían luchado toda la noche por liberarse de sus ataduras. Ante los soldados reunidos, la capitana les preguntó a los hombres si lamentaban sus acciones y si se arrepentían de sus crímenes. Se lo preguntó a cada uno por separado. Montes no dejaba de interrumpir a los demás, y sus disculpas fueron tan rápidas y atolondradas que la capitana tuvo que golpearlo para que se callara. Cada vez que uno de los hombres se arrepentía, la capitana asentía con la cabeza... y el hereje también, oculto en la sombra de ella. El hereje tenía una sonrisa salvaje, como si se regodeara en lo que sucedería a continuación. Y luego la capitana atacó a cada uno de los hombres, uno a la vez... En sus rostros, quedó congelada una mueca de sorpresa ante el ataque inesperado, hasta que los cuerpos cayeron inmóviles. Nueve miembros de la tripulación, muertos. Le pregunté si debíamos cortar sus ataduras, y la capitana dijo que no, mirando al hereje, que asintió con la cabeza. Dijo que era necesario conservar las ataduras. R. Velázquez